jueves, 17 de noviembre de 2011

CARNE TIERNA DE DIANA ZAVALA Y UNA POSIBLE LECTURA POR CARMEN VÁSCONES



Textos Nada tiernos. Sin piedad la tierna carne vive el desembolso de la psique empantanada en el cuerpo, la emoción encharca como cortapapel la imaginación.  Búsquedas fragmentadas.  El sexo, la genitalidad o el inquietante  desenganche de un placer inconcebible se desborona como feto en el desagüe cuando “bajan la válvula”, el silencio, la tormenta del coito y su banquete de insatisfacciones,  encuentros bajo “espejo perverso” que acomete la embestida del personaje que se arropa de la soledad de no saberse en ese que mira, ignora o ataca .

Los platos del texto producen un comensal agrietado en la palabra. Salprieta, pimienta, ají y otros condimentos “para arrancarles los trapitos a la historia” No es lo que es pero es algo que acomete a la fantasía expuesta impúdicamente.  No hay tal inocencia para la “coartada” de la libertad que despotrica entre impotencia, precocidades fisgonea al otro o la otra en la narración que desmadeja la alienación del deseo en el delito del goce señalando la acometida del hastío “como una mujer sin manos”, ¿dónde falta la palabra para abordar el argumento de la historia, aunque sea  de una sola vida?

El cuerpo: un sepulcro o salvo conducto para el “amor humo”…

En el texto “carne tierna” título del libro,  calibra lo insignificante humano, esto es un “feto en el basurero” tema del pan de cada día para  reportaje, la foto, el vaciado,  el derecho, el decidir “desvergonzada”  ¿acaso la máxima expresión del abandono del sexo en la cuneta del sinsabor humano?

El corazón a veces puede ser un ave de rapiña que carcome por dentro y por fuera.  Lo incompleto con el otro, esa otramente y su poder no decir y si habla eso no es, es más allá de lo que suponemos. Dos tocan el vaciamiento del contacto, del tacto, del acto.

La fricción y el destiempo.  La no complacencia y el miedo atragantado y una vida no común en el común dominador del lugar común: la sexualidad mutilada, la no complacencia cercena. Entre lo femenino y masculino ese instante donde se desmitifica el sentido de la existencia.  Faltan dos para desafiar el cuerpo en la imagen sin nombre.

Contar con uno para que un relato nazca, que no se quede en “qué piensas” o “mientes” ante lo indescifrable de la desnudez desabrida del afecto incompatible con la cópula.  Hay algo más en la mirada que incita acercarse o distanciarse del lecho de la realidad permutable.  Quizás descubrir la soledad y no empacharla de espejismos coitales que revientan al ser, para que la palabra no se estanque en el desamparo de la tristeza y la náusea en la incertidumbre.  Para que no se vomite al verbo antes de digerirlo.

La sexualidad en la escritura acaso una voz interprete que traslada o traduce otras.  Un sujeto creador que supone la apropiación de “saberes tanto masculinos como femeninos”.
Letra e imaginación en el sonido del cuerpo. La letra es algo que se lee, lo que se lee más allá del repudio o la fascinación de lo que ha incitado a alguien a decir, a releerse, a suscitar un desciframiento posible.

Salir y perforar el caos, adentrar en la confusión y traducir la fusión o infusión que todo texto deja en la lengua sin compromiso al gusto o disgusto del sabor crudo del lenguaje polvoso en la carnicería de la contienda humana: el conflicto del ser y un deseo que no se satisface jamás en la excitación o incitación del sentido en la huella o borrador de la memoria porosa.
11/2011

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