miércoles, 30 de mayo de 2012

Amor Humo

                                                                          “Cuando se acuestan la razón y el deseo
                                                                            llueve sobre mojado.
                                                                            Bla ,bla, bla, bla, bla, bla, bla “
                                                                                                                Joaquín Sabina





                                                                                                     Ilustración: Juan Carlos García. © Editorial Mar Abierto.


En el  seminario en que se habló de tanta muerte lo imaginó pegado a un tanquecito para respirar o ardiendo hasta volverse cenizas como sus cigarrillos. Nunca había fumado, en su familia no existían fumadores, y sin embargo, el detalle de los cuatro mil químicos envueltos en un tabaco la empezó a asfixiar.  Así, entre el cáncer de boca y pulmón,  se fue dando cuenta que estaba enamorada. En la carpeta llevaba folletos y pegatinas para empezar la causa  que abrazó minutos antes en la clausura. Esperaba un taxi, pero sus ojos se le iban con los azules más que con los amarillos, al verse  cazando carros añiles, entusiasmándose y descomponiéndose con las placas terminadas en cinco, confirmó que había vuelto a caer con el menos recomendado, el guiño del semáforo la sorprendió sonriéndole  al tráfico de la  hora pico.

Ben empezó a darle clases de conducción por la azulísima vía playera, ella asimilaba más rápido a Braulio y Camilo Sesto, “tengo un novio retro”, dijo a las amigas que hastiaban con la pregunta ¿cómo así cantando temas  de viejos? En lugar del mal aliento característico halló deliciosa la boca con ese toquecito extraño parecido al jamón ahumado. Siempre a la despedida él le pasaba un caramelo desgastado que fue engordando al bicho de la lujuria. Hondos besos le daba ella a cambio de que los rollitos nocivos no salgan de la caja blanca, pues en su hombre de medio siglo era mayor el peso de la sentencia: cada cigarrillo resta siete minutos de vida. Tanto se tentaron las lenguas y el horror al tiempo  que, a dos semanas de noviazgo,  se echaron en la cama de agua de un motel. En ese lecho fresco ella descubrió el pecho mullido y castaño, él admiró su pubis a medio afeitar “parece adolescente”, le dijo antes de probarlo. Y se quedó clavado alegando que era más profundo lamerla que penetrarla. 

-Entra, te presentaré a mi hermana.
-No estoy preparada.
-Tranquila, así como luces estás bien.
A la reunión  no llegaron las preguntas irritantes ¿cuál es el negocio de su familia?, ¿en qué universidad estudió?, ¿cuál es el modelo de su carro?, pero la hermana finísima fumaba a su lado como si al amanecer fueran a decomisar todas las cajetillas del planeta. La mujer intercambiaba fuego y caramelos mentolados con su hermano. En medio del humo la iniciada de la Liga Antitabaco contabilizaba pitadas, cigarrillos, restaba minutos de vida a los hermanos y a ella misma porque estaba consciente de que sin proponérselo tragaba humo de segunda mano.
-Ya que no fuma al menos sírvase  unos caramelos, dijo la hermana haciendo un gran anillo.
-No, gracias, suficiente azúcar por esta noche, sabía que a Ben le gustan los dulces, pero jamás pensé que tanto.
-Es por la halitosis, ¿cierto Benjamín?
Benjamín asintió con la cabeza,  abrió otra cajetilla y sonriendo le dijo a su novia ¿No me digas que no sabías?, ¡Ohhhh mi amorcito pensaba que el caramelo era puro romance!

Halitosis es lo mínimo con dos cajetillas por noche y los caramelos cómplices claro prefirió chuparme porque no logra una erección ¿cuándo fue la última vez que te chequeaste los pulmones? No me harás caso lo sé no me harás caso y qué caso tiene seguir así no puedo estar a tu lado consumiendo pasiva consumiéndome contigo sin convertirme en la confiscadora de cigarrillos en esa tirana que  esfuma el amor.

Ay linda ya sabía yo que esto no tiene futuro a mi edad no estoy para que me controlen el aire si de algo hay que morirse vas a empezar con eso de que necesito un chequeo médico y eso sí es fatal demostrado está que en cuanto te hacen exámenes te enteras  de lo que no debes y  te mueres no fumas no bebes todo es  light en ti y te enfermas todo el año ay amor así no puedo seguir te quiero mujer no enfermera mujer no policía.


-Hey, qué pasó parece que sale humo de sus cabezas.  ¡Brindemos por la vida, salud, salud, salud!





Dos lecturas de Abril

                                   
Tertulia en Casa Teatro- Santo Domingo - República Dominicana -16 de abril.


La Espina de Abril- Bahía de Caráquez- Manabí -Ecuador. Con John Soliz y Yuliana Marcillo en el Museo (26 de abril).

sábado, 26 de mayo de 2012

Manos de Licenciada

                        Ilustración: Juan Carlos García. © Editorial Mar Abierto.

En ese viaje la licenciada estaba decidida a no pensar tanto,  gozar lo irracional que al fin de cuentas es lo puro. En eso estaba cuando  el hombre la hacía recorrer de punta a punta la pista y le preguntó a gritos  si tenía novio. Ella dijo que sí automáticamente y  antes de recaer en auto reproches por espantar al guapo éste le cuenta que era casado.

—¿Y por qué no trajo a su esposa?
—Es que está embarazada, en un mes nacerá mi niña y no está para trajín.
—¡Felicidades, las  niñas son maravillosas!, dijo desinflándose y empezó a  bailar suelta.

Esos ojos dormidos, esos músculos tienen dueña, qué ilusa, con la sobrepoblación de mujeres es obvio que un ser  de estas características sea casado. Y qué bien huele, pero no es sólo perfume estoy segura, pues los ejecutivos y los viejos académicos usan fragancias carísimas y a unos es imposible quitarles  lo rancio, es olor de hombre. Si ese estudio publicado en Muy Chic es cierto, estoy ante un gran amante porque no baila nada mal.


¿En qué piensa licenciada?
Ella mueve las manos, se toca las orejas para indicarle que la música no la deja escuchar. Él la pega contra su camisa sudada  y le habla al oído.

—¿Que en qué piensa?, si se puede saber, es que usted estaba sonriendo.
 —Nada importante, sonreía porque estoy feliz ¿algún problema con eso?

Le responde dándole cuatro vueltas, ella se tambalea y él la recibe en su pecho, entrelazan los dedos, ya son dos sudando y se acaba la pieza. Le  pide seguir bailando luego y la licenciada dice  ¿por qué no? A las cuatro  y media de la mañana la pista queda vacía, las velas del santo patrono de la fiesta consumidas y en algunos bancos están doblados los borrachos. El cielo negro se vuelve azul, los gallos se desgargantan y ambos  miran insistentemente sus labios. Tocan sus manos  fascinados por la suavidad de unas y la dureza de otras.

—Se nota que usted no trabaja.
—Los callos los  tengo en otra parte, soy periodista.
—¿Escribe crónica roja?
—No, soy periodista cultural, publico sobre tradiciones, formas de vida. Por ejemplo, escribiré acerca de esta fiesta religiosa ¿Y tú?
—Trabajo en la bodega de una empresa de acero en la ciudad, vine porque mis abuelos son de por acá.— ¿La decepcioné, verdad?
—No entiendo, ¿por qué dices eso?
—Porque usted es una profesional
—¿Y?
—Yo apenas terminé la primaria.

Si me vieran mis compañeros no lo creerían, yo la intelectual coqueteando con un hombre primario, eso de casado lo asimilarían pues en el medio quién no se ha enredado con alguien prohibido, la verdad soy la única del grupo que no lo ha hecho, yo  y mi jodida ética laboral y sexual. Eres tan distinto a Flavio que no sabe ni bailar. Seguramente tu esposa ya está despierta, sofocada por la barriga, cogiéndose las caderas y tú apretándome las manos.


—Se da cuenta, está callada porque adiviné. Usted ya no quiere conversar con alguien que no sea estudiado.
—Oh disculpa, no es lo que estás pensando, y ya deja de tratarme de usted.

Esas palabras le dieron confianza y se atrevió a invitarla a ver salir el sol de entre los árboles. Anduvieron en silencio y cuando los restos de la fiesta desaparecían de la vista se besaron sin pudor. Ella agradeció por no haber negado a la esposa, ni a la hija abordo,  confesó que ese detalle de honestidad le gustaba, aunque no podía sacarse la imagen que se había formado de la mujer con la barriga enorme. La hizo callar poniéndole dos dedos ásperos en los labios mientras con la otra mano le amasaba las caderas; ella llegó a la conclusión que no haría daño si pasaba una vez, sólo una vez. No habían intercambiado números telefónicos, y cuando se presentaron bailando el ruido les impidió escuchar sus nombres. Estaban en el punto en que ambos sentían pena por preguntar ¿cómo es que te llamas? Le  tomó las manos y las estudió línea a línea, luego las olió y  humedeció con la punta de la lengua, una y otra vez en una especie de rito.

—¿Por qué te gustan tanto mis manos?
—Porque son manos.
—Esa no es respuesta, dime algo más.
—Es que mi esposa no tiene manos.

 Va detrás gritando que está cansado de que sientan pena de su mujer; y de él por haberse casado con ella.

—Oiga señorita, eso también es discriminación.

Llega exhausta a su auto, arranca y él se queda en la hierba, cuando se vuelve pequeñito la licenciada saca una mano por la ventanilla  y se despide. Ya lejos apaga el automotor, baja el cierre del pantalón y remoja sus dedos, lo visualiza desnudo entrando con fuerza, a segundos de la cima  el placer se vuelve angustia al ver que los observa una mujer sin manos.


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