miércoles, 17 de agosto de 2011

Los extraordinarios no deben hacer cosas ordinarias (al menos en literatura)



Por: Patricio Lovato R.

La serie de cuentos: Carne tierna y otros platos, contenida en un libro de la autoría de Diana Zavala, joven escritora y consistente periodista, nos abre un menú que causaría el mismo efecto entre comensales vegetarianos y carnívoros. Quienes lo repasen y tengan las buenas maneras y la moralidad a ultranza, no pasarán de la carta, se harán perturbadoras imágenes encauzadas a lo grotesco. Los espíritus carnívoros, que digieren con preferencia las vísceras de las obsesiones, las presas cortadas y puestas a la sazón de las perversiones básicas y los cortes literarios de tipo sexual, digerirán seguros con su alineado metabolismo cada bocado que se les ofrece.
Este ir y venir de viandas prometen al lector platos extraordinarios, y más bien, entrando en el tema, la autora propone personajes extraordinarios (el hombre pez, la giganta).  Se devela cuando desde la dedicatoria ubica la frase: a mis personajes. Este involucramiento personal con la decena de cuentos y la estructura básica que debe contener cada uno, se cumple. Se construyen personajes, actúan, una historia lineal los hace entrar en conflicto, para precipitar un desenlace. En teoría los requerimientos se hallan cubiertos.
Cómo lo hace.  Separar los textos que diferencian el plato que lo recordamos con deleite o la hamburguesa que se queda en el anonimato. Tomo la delicia de “Manos de licenciada” y encuentro dos personajes que se conocen especulándose, cada uno construido con información dosificada, que se degusta de a poco, hasta quedar con ellos al medio de un escenario de fiesta consumida, y los dos con las ganas intactas. Nos deja (Diana Zavala) mordisquear a manera de indicios, sus caricias preliminares y los tensa de inmediato con las decepciones de quiénes se creen los futuros amantes. Más que lo que representan en su cotidianidad, el valor radica en qué sienten, ahí el sabor de la historia. El frenesí de los complejos contra una perversión encubierta en la moralidad, dejan las manos de un tercer personaje, que nunca aparece como principal, pero interviene decisivamente,  a partir de ahí es imposible dejar de comer hasta el final, hasta el último bocado. Quedarse en el disfrute. Hacer sobremesa.
He concentrado mi apetito en ese texto porque es el ejemplo de cómo hacer que personajes extraordinarios, hagan cosas extraordinarias, aunque aparezcan o los imaginemos. Nos deja a los lectores la tarea de completarlos después de consumido todo. Lo inverso es ampararse en personajes extraordinarios que llegan a forzar acciones ordinarias que no pasan de un levantamiento topográfico, de una crónica periodística con algo de encanto.
El polvo de gallo es un suculento postre para la imaginación de uno de los amantes que quiere ausentarse mientras se abrazan. 
Poner un monstruo con una erección al desenlace de una conversación y una mujer que huye, nos deja intactos, anhelantes. Una giganta llena de comida repasando lo repetible, es otra historia más de desamor.
Revelar un hecho extraordinario ocurrido en un basurero y poner periodistas que actúan de manera cotidiana, los neutraliza. No nos alimenta.
La exigencia de escribir, no digo bien, hay que hacerlo bien, deja en nosotros los consumidores el gozo de un paladar agradecido, que hace más que espacio en el estómago, en la gratitud de la memoria.
Gracias por esas manos, realmente deliciosas…  

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